Aquella rueda de prensa fue la
leche.
Y no lo dice cualquiera. Llevo en
esto del periodismo más de dos décadas repletas de presidentes salvapatrias, de
escándalos vestidos de traje, de héroes de corchopán, y juro, juro que jamás vi
nada parecido a lo que ocurrió aquella noche de domingo en el hall de la Casa Blanca.
Estaban todos: Nilo, la magnífica
lanzadora de cuchillos, cuya habilidad para el espionaje había conseguido
destapar la conspiración más grande en la historia de los EEUU; lucía fantástica, vestida con un
corpiño militar más que sugerente y haciendo gala de un excesivo uso del lápiz de ojos. Ella destacaba especialmente en las cortas distancias: sus armas eran dos cuchillos
forjados en las lejanas tierras más allá de Hokkaido, lugar de residencia de
sus padres adoptivos, los únicos que jamás conoció. A su derecha se situaba Urang, maestro
del disfraz y compañero de cama de Nilo, un verdadero artista en lo que a
máscaras y coberturas de látex se refiere. Venía de la URSS, de algún rincón perdido
en el Este Europeo, y sus útiles de combate favoritos eran los rifles de
francotirador que The Eagle le había personalizado con esmero. Él y Nilo fueron
los artífices de la gigantesca filtración a la prensa hacía unos días,
grabaciones incriminatorias incluidas. Y no sólo eso: juntos y en acción, formaban
una pareja letal capaz de compensar mutuamente sus carencias, él con su
inquieto francotirador y ella con sus corteses cuchillos. Se conocieron como
espías enemigos, pero pronto aprendieron a amarse fuera del alcance de los
gobiernos.
A la izquierda de Nilo estaba Malone,
el soldado motorizado (y por cierto, ¡vaya pedazo de moto tenía el hijo de
puta!): vestido de arriba a abajo con un valiente uniforme al que le había
arrancado la bandera hacía ya mucho tiempo, el soldado empleaba en acción sobre
todo armas no letales, entre ellas un bastón larguísimo que manejaba con una
increíble habilidad, y que lo mismo le servía para atacar, defenderse o saltar
hasta una posición privilegiada. Según nos contó, decidió escapar de su base en Virginia el día en el que su superior le ordenó “armarse para la guerra contra
los débiles”. El rojo embozado que solía llevar en combate no le impidió hablar
con sus camaradas desde el balcón del Despacho Oval y hacerles ver lo que
estaban haciendo a su país: tenía labia y espíritu de equipo, y se desenvolvía
fantásticamente bien en todo tipo de situaciones. Él y Nilo era viejos amigos,
más o menos desde Vietnam: habían
compartido agusanados ranchos y fastuosas cenas de gala, y ya no sabían vivir
el uno sin el otro, incluso cuando pasaban meses sin verse.
Delante de ellos estaba The Eagle,
cuyos rizos castaños tapaban casi por completo sus pequeñas facciones. Ella era
la ingeniera del equipo; experta en fabricar armas, bombas y todo tipo de
objetos mecánicos que cualquiera hubiera atribuido a un hombre. Todos los
juguetes de sus compañeros habían salido de sus manos, desde las pistolas
aturdidoras de Malone hasta los silenciosos francotiradores de Urang. El resto
del grupo no había permitido que su gran obra, el Mega-Tanque (tres
disparos/segundo, más potencia destructiva que todo el Ejército junto) saliese
de paseo en aquella operación, cosa que la sentó bastante mal: sin embargo, ver
saltar pedazos la cúpula de la
Casa Blanca por obra y gracia de sus Apocalypbombs lo había
compensado por completo. Llegó al equipo con la tormenta, cuando conoció de su formación, como mercenaria a sueldo de la ONU. La muchacha tardó en hacerse de querer: era simpática a la vez que huraña y solitaria, además de tener una extraña filiación
con todo lo explosivo y un dudoso gusto para la decoración.
A su lado, ataviado con una sudadera negra repleta de cadenas metálicas, estaba Destripador. Tenía un pelo
largo que le daba un cierto aire al español Juan Manuel F. Montoya (no preguntéis por qué sé esto), y su cabeza
estaba cubierta por una capucha de cuero desgastado. Destripador era la fuerza
más bruta del equipo: era una especie de Hulk armado con un par de cuchillos
enormes en cada mano que se le ajustaban con cintas al antebrazo, fabricados
por The Eagle para sustituir a sus miserables cubiertitos de invitados,
como gustaba la chica en llamarlos. En combate, Destripador era la fuerza más salvaje que uno pudiese imaginar: podía destrozar un tanque a puñetazos a la vez
que ensartaba a sus conductores como si de un pincho moruno se tratase. Esta
brutalidad le valió varios encontronazos con Malone, que no podía comprender
como alguien podía asesinar con tanto desdén. Destripador y Nilo venían de la
misma casa: ambos formaron una familia hacía vidas de distancia, criados por
unos padres adoptivos que les dieron cariño y calor antes del estallido de la
guerra. Pero nada les hacía sentirse hermanos, en realidad. Habían pasado
muchos años y demasiadas desgracias.
Por último, estrechando manos al público y
poniendo caras en las fotos, estaba Keke, el saboteador saltimbanqui, el duque
desaforado, el señorial señor del boicot. Apenas iba equipado salvo por unas
zapatillas blanquísimas que le proporcionaban impulso en los saltos: el rubito
dependía completamente de su habilidad para camuflarse y de sus compañeros de
equipo. Sus valientes estratagemas durante las noches previas a la rebelión
habían conseguido llenar de explosivos la cúpula de la
Casa Blanca y emplear el desconcierto como
distracción en la noche de autos. Durante los tres días que llevaba en el
equipo se había hecho pasar por político, vaca y señorita de compañía; pero
parecía disfrutar con la emoción, sin importarle cuán arriesgada fuese su
misión. Nadie sabía nada de él, más allá de que decía ser un importante noble
del Sur de Sussex heredero de una gran fortuna. Pero, ¿quién se creería algo así de semejante personaje?
Tras los bastidores, la
misteriosa muchacha que la prensa había gustado en llamar Conexión evitaba todo
contacto con el público. Ésta sí que era un misterio: ni siquiera sus camaradas
sabían quién era ni de dónde venía: lo único que dejaba entrever era una aún más
extraña pasión por las armaduras metálicas, ganándose con ello la amistad de
The Eagle. Era la planificadora, la cartógrafa, la encargada de coordinar todas
las operaciones desde las sombras. Llegó como una interferencia en las
comunicaciones del grupo, tan sólo lanzando órdenes a través de las ondas:
claro, al principio nadie la hizo el más mínimo caso. Pero sus planes eran tan
perfectos y cohesionados, que pronto fue proclamada estratega del grupo por
consenso. A día de hoy ni siquiera sus compañeros la han visto jamás: para ellos tan sólo
es una voz cargada de estática.
Más allá del Atlántico, en los
despachos de la ONU se encontraba al que sólo conocían por el nombre de Jack. Era
un hombre algo mayor dotado con una elegancia innata, un verdadero animal político
que siempre buscaba la conciliación. Este espíritu pronto le valió las simpatías
de Malone y las iras de Destripador,
que despreciaba su filosofía de “negociar primero, atacar después”. Jack había
conseguido destapar a los más altos responsables de una rebelión llamada a ser
mundial y que gracias a su habilidad negociadora se quedó en las fronteras
americanas.
Juntos formaban el mejor equipo de
operaciones secretas que jamás ha conocido este país, qué demonios, este
planeta. Pararon el que más adelante sería conocido como el primer intento de
golpe de Estado en el seno de los Estados Unidos. Nos trajeron esperanza,
futuro, en la que fue nuestro momento más oscuro. Luego llegarían más cosas,
claro.
Pero eso otra historia para otro
momento.