martes, 19 de junio de 2012

Black Hopes




Aquella rueda de prensa fue la leche.

Y no lo dice cualquiera. Llevo en esto del periodismo más de dos décadas repletas de presidentes salvapatrias, de escándalos vestidos de traje, de héroes de corchopán, y juro, juro que jamás vi nada parecido a lo que ocurrió aquella noche de domingo en el hall de la Casa Blanca.

Estaban todos: Nilo, la magnífica lanzadora de cuchillos, cuya habilidad para el espionaje había conseguido destapar la conspiración más grande en la historia de los EEUU; lucía fantástica, vestida con un corpiño militar más que sugerente y haciendo gala de un excesivo uso del lápiz de ojos. Ella destacaba especialmente en las cortas distancias: sus armas eran dos cuchillos forjados en las lejanas tierras más allá de Hokkaido, lugar de residencia de sus padres adoptivos, los únicos que jamás conoció. A su derecha se situaba Urang, maestro del disfraz y compañero de cama de Nilo, un verdadero artista en lo que a máscaras y coberturas de látex se refiere. Venía de la URSS, de algún rincón perdido en el Este Europeo, y sus útiles de combate favoritos eran los rifles de francotirador que The Eagle le había personalizado con esmero. Él y Nilo fueron los artífices de la gigantesca filtración a la prensa hacía unos días, grabaciones incriminatorias incluidas. Y no sólo eso: juntos y en acción, formaban una pareja letal capaz de compensar mutuamente sus carencias, él con su inquieto francotirador y ella con sus corteses cuchillos. Se conocieron como espías enemigos, pero pronto aprendieron a amarse fuera del alcance de los gobiernos.

A la izquierda de Nilo estaba Malone, el soldado motorizado (y por cierto, ¡vaya pedazo de moto tenía el hijo de puta!): vestido de arriba a abajo con un valiente uniforme al que le había arrancado la bandera hacía ya mucho tiempo, el soldado empleaba en acción sobre todo armas no letales, entre ellas un bastón larguísimo que manejaba con una increíble habilidad, y que lo mismo le servía para atacar, defenderse o saltar hasta una posición privilegiada. Según nos contó, decidió escapar de su base en Virginia el día en el que su superior le ordenó “armarse para la guerra contra los débiles”. El rojo embozado que solía llevar en combate no le impidió hablar con sus camaradas desde el balcón del Despacho Oval y hacerles ver lo que estaban haciendo a su país: tenía labia y espíritu de equipo, y se desenvolvía fantásticamente bien en todo tipo de situaciones. Él y Nilo era viejos amigos, más o menos desde Vietnam:  habían compartido agusanados ranchos y fastuosas cenas de gala, y ya no sabían vivir el uno sin el otro, incluso cuando pasaban meses sin verse.

Delante de ellos estaba The Eagle, cuyos rizos castaños tapaban casi por completo sus pequeñas facciones. Ella era la ingeniera del equipo; experta en fabricar armas, bombas y todo tipo de objetos mecánicos que cualquiera hubiera atribuido a un hombre. Todos los juguetes de sus compañeros habían salido de sus manos, desde las pistolas aturdidoras de Malone hasta los silenciosos francotiradores de Urang. El resto del grupo no había permitido que su gran obra, el Mega-Tanque (tres disparos/segundo, más potencia destructiva que todo el Ejército junto) saliese de paseo en aquella operación, cosa que la sentó bastante mal: sin embargo, ver saltar pedazos la cúpula de la Casa Blanca por obra y gracia de sus Apocalypbombs lo había compensado por completo. Llegó al equipo con la tormenta, cuando conoció de su formación, como mercenaria a sueldo de la ONU. La muchacha tardó en hacerse de querer: era simpática a la vez que huraña y solitaria, además de tener una extraña filiación con todo lo explosivo y un dudoso gusto para la decoración.

   A su lado, ataviado con una sudadera negra repleta de cadenas metálicas, estaba Destripador. Tenía un pelo largo que le daba un cierto aire al español Juan Manuel F. Montoya (no preguntéis por qué sé esto), y su cabeza estaba cubierta por una capucha de cuero desgastado. Destripador era la fuerza más bruta del equipo: era una especie de Hulk armado con un par de cuchillos enormes en cada mano que se le ajustaban con cintas al antebrazo, fabricados por The Eagle para sustituir a sus miserables cubiertitos de invitados, como gustaba la chica en llamarlos. En combate, Destripador era la fuerza más salvaje que uno pudiese imaginar: podía destrozar un tanque a puñetazos a la vez que ensartaba a sus conductores como si de un pincho moruno se tratase. Esta brutalidad le valió varios encontronazos con Malone, que no podía comprender como alguien podía asesinar con tanto desdén. Destripador y Nilo venían de la misma casa: ambos formaron una familia hacía vidas de distancia, criados por unos padres adoptivos que les dieron cariño y calor antes del estallido de la guerra. Pero nada les hacía sentirse hermanos, en realidad. Habían pasado muchos años y demasiadas desgracias.

 Por último, estrechando manos al público y poniendo caras en las fotos, estaba Keke, el saboteador saltimbanqui, el duque desaforado, el señorial señor del boicot. Apenas iba equipado salvo por unas zapatillas blanquísimas que le proporcionaban impulso en los saltos: el rubito dependía completamente de su habilidad para camuflarse y de sus compañeros de equipo. Sus valientes estratagemas durante las noches previas a la rebelión habían conseguido llenar de explosivos la cúpula de la Casa Blanca y emplear el desconcierto como distracción en la noche de autos. Durante los tres días que llevaba en el equipo se había hecho pasar por político, vaca y señorita de compañía; pero parecía disfrutar con la emoción, sin importarle cuán arriesgada fuese su misión. Nadie sabía nada de él, más allá de que decía ser un importante noble del Sur de Sussex heredero de una gran fortuna. Pero, ¿quién se creería algo así de semejante personaje?

Tras los bastidores, la misteriosa muchacha que la prensa había gustado en llamar Conexión evitaba todo contacto con el público. Ésta sí que era un misterio: ni siquiera sus camaradas sabían quién era ni de dónde venía: lo único que dejaba entrever era una aún más extraña pasión por las armaduras metálicas, ganándose con ello la amistad de The Eagle. Era la planificadora, la cartógrafa, la encargada de coordinar todas las operaciones desde las sombras. Llegó como una interferencia en las comunicaciones del grupo, tan sólo lanzando órdenes a través de las ondas: claro, al principio nadie la hizo el más mínimo caso. Pero sus planes eran tan perfectos y cohesionados, que pronto fue proclamada estratega del grupo por consenso. A día de hoy ni siquiera sus compañeros la han visto jamás: para ellos tan sólo es una voz cargada de estática.

Más allá del Atlántico, en los despachos de la ONU se encontraba al que sólo conocían por el nombre de Jack. Era un hombre algo mayor dotado con una elegancia innata, un verdadero animal político que siempre buscaba la conciliación. Este espíritu pronto le valió las simpatías de Malone y las iras de Destripador, que despreciaba su filosofía de “negociar primero, atacar después”. Jack había conseguido destapar a los más altos responsables de una rebelión llamada a ser mundial y que gracias a su habilidad negociadora se quedó en las fronteras americanas.

Juntos formaban el mejor equipo de operaciones secretas que jamás ha conocido este país, qué demonios, este planeta. Pararon el que más adelante sería conocido como el primer intento de golpe de Estado en el seno de los Estados Unidos. Nos trajeron esperanza, futuro, en la que fue nuestro momento más oscuro. Luego llegarían más cosas, claro.

Pero eso otra historia para otro momento.

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