miércoles, 15 de agosto de 2012

Black Hopes VI



Bruselas, 19 PM

Sábado 3 de Noviembre de 2012

Un hombre, un traje de Armani y una corbata de seda se arrodillaron a la vez sobre un váter de exquisito diseño, que dejó de serlo en el momento en el que el diplomático conocido como Jack más allá del Atlántico vomitó hasta la primera papilla sobre el brillo perlado del urinario.

− Cogh, cogh… unnggghhh…

            No podía, era humanamente incapaz de soportar la jodida presión. Uno de sus hombres, posiblemente el mejor, estaba en pleno operativo bajo sus órdenes, infiltrado en el edificio más alto de Washington DC, con el destino del mundo libre en juego, y él, la mente pensante detrás de los Black Hopes, no podía dejar de vomitar. Ya debería estar acostumbrado a manejar situaciones peligrosas: lidiaba a diario con los hombres más poderosos del mundo. Conseguía arrancar tratados de paz a naciones con más armamento que chocokrispis en su café del desayuno. Pero eso era papel, papel sin consecuencias directas más allá de palabras bonitas y apretones de mano.

            Sin embargo, ahora, en ese preciso momento, era mucho lo que estaba en juego: ya no se trataba sólo de la integridad craneal del presidente de los EEUU, ni del mundo libre siquiera. Era la vida de uno de sus mejores amigos la que estaba en riesgo en aquel operativo que él se veía incapaz de controlar. Y, mientras Malone se metía de lleno en la boca del lobo en plena noche, el seguía potando y potando y exprimiendo sus intestinos.

− Uuuunnnnnnggghghh…
− Esto… -bzzt- ¿Jack? ¿Sigues ahí?
−…sí…
− Aquí Phoenix –bzzzt-. Jack, ¿está todo en orden por ahí?
−…digamos que… un orden algo descompuesto, pero voy tirando…
− Aquí Malone. Estoy dentro, todo va como la seda. Los juguetitos del aguilucho se están portando.
− ¿Sabes, Malone, que justo delante de mí tengo un botón que haría que las granadas de presión que llevas en tus bolsillos te convirtiesen en una mancha roja vestida de uniforme?
− Ah, venga. Eso es jugar sucio.
− Habla, soldadito.
− Vale, lo siento, estimadísima Lady Phoenix, grácil ama y señora del destornillador y azote de las averías. ¿Contenta? ¿Podemos centrarnos ya en el operativo, si no le supone molestia a su excelentísima?
− Bravo. Recuerda que te estoy viendo, hombretón.

            Malone dirigió un corte de mangas a una de las muchas cámaras situadas a lo largo del tubo de ventilación por el que reptaba y se sumió en sus propios pensamientos. Venga ya, ¿conductos de ventilación? Era increíble lo fácil que estaba resultando el operativo hasta ahora. Se supone que estaban destapando algo gordo, ¿dónde estaban entonces los guardias armados hasta los dientes, los helicópteros, las cámaras-torreta? ¿Por qué había podido coger el ascensor hasta el piso 46 sin oposición alguna? Odiaba pensarlo, pero estaba claro que todo estaba resultando demasiado sencillo. Todo estaba saliendo demasiado bien. ¿Qué clase de organización supersecreta con aviesas intenciones usaría como contraseña de su sistema de cámaras “pechotes69”?

            Desde luego, no era ese complejo militar blindado del que Jack les había hablado. Más bien… más bien parecía una sede normal y corriente de un partido político normal y corriente. ¿Y si las pesquisas de Jack, esas pruebas tan irrefutables que apenas les había mostrado de refilón, fueran pura conspiranoia? ¿Y si estuviesen allanando la sede de un partido noble y honrado? Peor aún, ¿y si todos y cada uno de los Black Hopes estuviesen siendo manipulados por un político al que ni siquiera conocían en persona?

            El soldado tensó el músculo de sus brazos y salió, con los pies por delante, a través de la salida de aire que daba a uno de los pasillos. Aterrizó con las piernas abiertas sobre los hombros de un guardia de seguridad, involuntaria montura a la que Malone noqueó de un golpe con el mango de su pistola.

            Miró por un segundo a su alrededor, y no pudo evitar sentir una terrible arcada que atravesó sus entrañas como una lanza: era apenas un ratón de laboratorio atrapado en un edificio construido en puro cristal hasta sus últimas consecuencias. Todo a su alrededor, paredes, techo y suelo, era absolutamente transparente, etéreo, desnudo. Esa mujer viendo American Idol en su plasma de 50 pulgadas, ese muchacho estudiando en el piso de enfrente, las luces de los coches, los anuncios de neón, todo, todo llegaba a sus retinas a través de pisos y pisos clónicos que en un mundo cuerdo hubieran sido opacos. Varios metros más abajo, un hombre con aire distraído barría una de las tantas oficinas amuebladas de IKEA que plagaban la Crystal Tower. Años luz más arriba, las estrellas bailaban su coreografía de galaxias y supernovas sobre la desencajada mirada del soldado, que tuvo que contener una segunda arcada que lo volcó sobre el suelo transparente. Vértigo, demencial vértigo era todo cuanto sentía Malone al mirar a través de 39 pisos bajo sus pies.

− Jack… Jack, espero que sepas lo que estás haciendo.

           Como haciéndole los coros, una vomitona cargada de estática fue toda la respuesta que obtuvo el soldado, que acto seguido se lanzó a la carrera a través de uno de los pasillos del piso 40. Céntrate, céntrate y olvídate de que estás a 150 metros sobre el asfalto, pensó Malone. Estaba ahí, en la sede del Nuevo Partido Americano, para obtener pruebas incriminatorias que relacionasen al NPA con el futuro y aún no confirmado asesinato del presidente de los EEUU. Pero, ¿por dónde empezar?

− Aquí Malone. Aguilu… este, Phoenix, necesito algo de ayuda por aquí. ¿Cómo se supone que voy a encontrar algo entre todo este jaleo?
− Me sé de alguien que no atendió cuando nos explicaron el plan.
− Bleh. Es posible.
− En una de tus casacas tienes 15 emisores Wi-Fi de latencia intrusiva. Conéctalos a todos los ordenadores y servidores que veas por ahí y yo podré lanzar una búsqueda desde aquí. No tardes.
− Entendido.

            El soldado abrió uno de los muchos bolsillos que trufaban su cinturón y extrajo un pequeño pincho USB de apariencia inofensiva.

− Uno conectado. Corto.
− Sigue con ello. Corto.

            Las botas de Malone patearon de nuevo el pasillo transparente.

− Tercero listo. Corto

            La cabeza de un guardia noqueado cayó aplomo, provocando un sonido amortiguado bastante cómico.

− Me quedan tres. ¿Tienes ya algo? Corto.
− No funcionará hasta que conectes todos. Date prisa, corto.

            Las manos enguantadas en camuflaje negro y gris introdujeron uno de los aparatos en el último ordenador del piso 43.

− Bien, sólo me quedan los dos del último piso. Corto.
− Pues acaba rápido y mueve tu culo hasta aquí. Justo al ladito tengo una pizza con nuestro nombre, y mis tripas no admiten esperas.
− A la orden, señora.

            El soldado se lanzó al galope por las escaleras de chapa que conducían al último piso. A mitad de camino se paró en seco. Otra vez esa jodida sensación: algo va mal, todo está saliendo demasiado bien, musitó para sí mismo. Instintivamente, el soldado echó la vista hacia arriba. Por un segundo, pensó que estaba alucinando, que las fajitas excesivamente especiadas de la comida le habían sentado mal: el suelo de la azotea, a apenas dos palmos de distancia de su cabeza, se había vuelto repentinamente opaco. Algo se situaba entre él y el cielo nocturno. Algo que casi podía tocar con la mano alzada…

− Ey, ¿qué demonios es eso?
− ¿Ocurre algo, Malone?

            Un nudo se le cerró en el estómago al leer, justo encima suyo, una inscripción que rezaba “U.S. ARMY”. Y eso de encima suyo…

− Joder, ¡Joder! ¡Es un puto helicóptero! ¡Mierda, vienen a por mí, y vienen ya!

Confirmando sus temores, un pelotón de hombres de uniforme lanzó un tiroteo desde la otra punta de la planta 43, atravesando con sus balas las placas de cristal que se encontraban entre Malone y sus perseguidores.

− Estamos –buufff- estamos jodidos, Phoenix. Han bloqueado todas las salidas… no sé si voy a salir de aquí entero.

− Venga ya… te faltan dos, dos conectores más para terminar lo que viniste a hacer allí. Acaba con la misión, y te juro que sacaré de allí cueste lo que cueste. No puedes dejarlo a medias, no cuando hay tanto en juego.

− Va a estar difícil, amiga. Pero que no se diga que no lo intenté.

− Adelante, soldado.

            Malone se parapetó tras una de las paredes cristalinas y echó un vistazo rápido a la situación: un total de diez hombres armados hasta los dientes estaban dispersos por todo el piso 44 de la Crystal Tower, concentrados en torno a las salidas y a los ordenadores: lo que quería decir que sabían de antemano lo que Malone había venido a hacer. O dicho de otra forma: los Black Hopes tenían un topo entre sus filas.

− Supongo que no sabrás nada de porqué estos señores tan simpáticos me están disparando, ¿verdad?

− Creo que no entiendo la pregunta.

− Me alegro de oírlo, porque soy yo el que va a pagar la escasa labor investigadora que Jack hizo cuando seleccionó a los Black Hopes.

− ¿Qué?

− Que tenemos un topo, un soplón, un… ufff… - resopló Malone antes de salir de su transparente cobertura- un jodido tránsfuga, aguilucho. Estos cabrones saben todo sobre nosotros.

            El soldado apagó su auricular sin esperar a la respuesta de Phoenix y comenzó a disparar a ciegas antes de lanzarse a la carrera a través de uno de los pasillos.

− Bien, confiemos en los clásicos –musitó Malone antes de colarse, de nuevo, por uno de los grises tubos de ventilación que recorrían el edificio- Sólo un par más, ¿eh, aguilucho? Pues no pienso dejar el trabajo a medias.

            Avanzó lentamente, reptando a ciegas por la superficie metálica con la esperanza de que tarde o temprano acabaría alcanzando uno de los dos ordenadores. Dejó pasar por el camino varias oportunidades de escapar a través de las salidas de ventilación que brotaban de la azotea y acabó por alcanzar una sala de informática vigilada por tres soldados malencarados.

− Bingo. Ahí tenemos el primero.

            Uno de los soldados, situado justo debajo del escondite del buen Malone, se percató del extraño ruido que surgía del respiradero. Hizo señas con los dedos a su compañero y ambos iluminaron el extractor con las linternas acopladas a sus escopetas.

− Oh, qué bien –musitó Malone al percatarse del brillo blanco que atravesaba los huecos de su escondite- Parece que es hora de calentar esto.

            El sonido se desplazó unos cuantos metros a lo largo del conducto de ventilación y con él se movieron ambos soldados, apuntando fijamente a la fuente del ruido metálico a la espera de confirmar sus sospechas. Cuando la humeante esfera fabricada por Phoenix tocó suelo, apenas les dio tiempo a gritar:

− ¡Granada!

            Un inmenso abismo de vidrio destrozado surgió bajo sus pies, y miríadas de cristales microscópicos atravesaron el uniforme de los soldados enemigos hasta clavarse en su piel como si de una plantación de diamantes se tratase. Un sonido ensordecedor cegó sus oídos por un momento, y entre sus ojos quedaron miles de millones de cristalitos que surcaron sus ojos a cada parpadeo mientras se desplomaban hacia un fondo que cada vez llegaba más y más abajo.

− Increíble –musitó Malone desde su escondite-
− Espectacular. Debe llegar al menos hasta el piso 32.

            Malone sintió un brutal terremoto en su escondite, que afortunadamente resistió el tiempo necesario como para darse a la fuga a través de una de las salidas que daban a la sala de informática. Acabó de un tiro en la cabeza con un soldado enemigo que miraba a través del boquete y conectó el penúltimo emisor.

− Sólo me queda uno, Phoenix. No empieces esa pizza, corto.
− Tarde, soldado –masculló Phoenix con la boca a reventar- Date prisa y quizás te encuentres con un pedazo en la nevera.
− Maldita…

            Malone aprovechó la confusión provocada por su humilde granada y se lanzó a la búsqueda del último ordenador. Alcanzó una sala enorme, situada en pleno centro de la planta 44, aparentemente desprotegida. Miró tras de sí: toda la soldadesca enemiga estaba en el pasillo que Malone acababa de desgraciar, incrédulos de lo que estaban viendo sus ojos.

− Y, por fin, último conectado. Ahora sí que sí, aguilucho.
− Bien, lo prometido es deuda. En la casaca de tu hombro izquierdo tienes un cable de acero con una ventosa magnética en uno de sus extremos. Necesito que mantengas la ventosa al menos 5 segundos fija sobre un punto de sujección para poder lanzarte al vacío con relativa seguridad.
− No… no puede ser verdad…
− ¿Qué ocurre?
− Jodido vértigo, eso es lo que ocurre –buffff- ¿No hay alguna otra posibilidad que no implique tirarse por la ventana más alta de todo Washington DC?
− Venga ya, ¿el hombre curtido en mil batallas, azote de todas las injusticias habidas y por haber en este nuestro desquiciado mundo, tiene miedo de las alturas?
− Sí, desde que tenía diez años. Me caí de un acantilado, ¿sabes?
− Lamentable.
− Gracias por la comprensión, aguilucho.

            Malone contuvo una última arcada antes forzar una de las ventanas.

− Esto no se abre, aguilu…

            Su lengua se paró en seco. Otra vez esa jodida sensación: todo está saliendo demasiado bien, hay algo que no cuadra. Giró la cabeza, y un fortísimo golpe de escopeta lo recibió. Desorientado, casi noqueado, Malone sólo pudo ver una tromba de soldados atravesando el pasillo antes de oír una voz femenina gritar en su oído:

− ¡Salta!

            Un desfile de balas acompañó a su carrera hacia el más absoluto vacío. Con su hombro derecho por delante y apenas capaz de hilar una zancada detrás de otra, el soldado noqueado musitó sus últimas palabras:

− Por… unnnnghggh… por la libertad y la justiciaaaa…

            Cientos de kilómetros más allá, en el Cuartel General de los Black Hopes, los datos hackeados comenzaron a llegar a las pantallas de Phoenix.

0111010101001010100
0101010110101111010
0101011101011101101

− Vamos, vamos… -masculló la muchacha de los rizos-

            Malone atravesó el grueso cristal rompiéndose el hombro por el camino. Se sintió flotar, por un segundo, sobre las hormigas montadas en coche de varios cientos de metros más abajo. Un brazo invisible conocido como gravedad tiró de él hacia una muerte segura mientras el cable de acero fabricado por Phoenix luchaba por agarrarse a alguna de las ventanas que el soldado iba dejando atrás.

0101101010101000101
/:/ <command: search database
<password…………….
…………….checked> /:/
/:/ <keywords: black hopes, 22/12/2012,
keke, mctavish, bullet, killing, EUA> /:/

            Las luces de la ciudad quedaban más y más cerca conforme Malone bajaba pisos usando el rápido ascensor de la gravedad: el hilo musical lo componían un viento que parecía reventar sus tímpanos y unos cantos como angelicales. Frente a sí, el imán infalible de Phoenix lo acompañaba en su caída deslizándose por los cristales del edificio.

/:/ <autocommand: show/results…..
……..completed>
Subject: Terminar con el trabajo

            Malone ya casi podía oler el asfalto.

<show/wordbox: “Todo está yendo como la seda. Tenemos a la ONU a punto de empapelar a Jack por malversación de fondos. El sujeto de pruebas “Codename: Hayami” ya ha sido reconfigurado. "Codename: Hayami2" está ya entre las filas de los Black Hopes. Respecto a ese soldado renegado, Malone, no hay nada de qué preocuparse. La hija de McTavish nos ha revelado todos los detalles del asalto a nuestra sede01010111010101010>
…/:/ <data/incomplete//error 206//autocommand: poweroff>

            Malone ya había abandonado toda esperanza cuando de repente el cable de acero que estaba abrasando sus manos se tensó. La inercia lo llevó a encañonarse hacia la cristalera del piso tercero de la Crystal Tower: menuda hostia, pensó el soldado antes de que millones de cristales horadasen su cuerpo.

            Kilómetros más allá, Phoenix se mordía las uñas como si fuesen de azúcar. Vaya por Dios, pensó. Resulta que todo este tiempo había sido ella el topo, el soplón. Y ella sin saberlo.

            Qué poco profesional por su parte.

            Malone atravesó el ventanal antes de que el infernal balanceo lo llevase de nuevo fuera. Atravesado por unos cristales más grandes que pequeños, el malherido soldado se desmayó soltando en su caída el cable de acero que le había salvado la vida, al que ahora abandonaba para precipitarse al duro suelo del barrio pijo de la ciudad.

Crack



EPÍLOGO

            Malone despertó, como de un mal viaje de LSD, atado a una silla de paja en un habitáculo sin luz que olía a incienso barato. Delante suyo, una mujer sin maquillar le observaba entre las sombras.

− Ni… -trató de vocalizar el soldado antes de escupir sangre entre sus dientes- …coggghhh… ¿Nilo?

− Que quede claro. Esto no es tu salvación. Es mi venganza.

Crack




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