miércoles, 10 de octubre de 2012

Black Hopes: Subway Love




…ah…desde luego, soy todo un dramas…

…mañana me voy. Mi avión sale a las nueve, y bueno, estaría bien si te puedo ver un ratito antes, no sé… ¿una copa esta noche? ¿quizás un desayuno juntos?

…mira, sé que no he sido ni el novio perfecto ni el ex ideal, pero en fin, creo que al menos estaría bien una despedida en condiciones, yo que sé… por los viejos tiempos. Am, tú… tú has significado mucho para mí, eso lo sabes, y yo sé perfectamente que lo que tuvimos juntos ya no va a volver… por eso necesito verte antes de irme, para guardar un buen recuerdo de lo nuestro y no irme contigo como mi ex a la que grité y que me insultó y toda esa mierda que nos dijimos…

...visto que no me contestas, daré por supuesto que esta noche no te viene bien… si te parece, mañana te estaré esperando en el Paddy´s con un enorme croissant de cacao y nata como esos que nos comimos en Moscú pero sin todos esos gorritos raros y sin ese jodido frío… en fin, allí estaré sobre las siete y cuarto. Procura no retrasarte, los cafés se enfrían y yo tengo que coger un avión. Nos vemos.

…Am, soy Pamela Landy. Me dicen mis jefes que mañana libras. Acuérdate de no sacar la pistola, ¿vale? Jajajaja. Cuídate, ¿okey? Nos vemos el jueves.

…pulse 1 para repetir…

Ocho de la mañana

            Amanda Miriam de Guadalupe, treinta y pocos, soltera, hermosa de cara y cuerpo y con esa belleza tatuada que tiene denegada la entrada en revistas y películas, maldijo para sí misma. Otra día sin trabajo. Otro día sola en casa…

            Con movimientos de pantera confiada, la mujer se desperezó ruidosamente en lucha contra unas sábanas que se negaban a abandonar el cálido roce con su cuerpo. Lanzó una tibia mirada a través de su ventana en busca de de confirmar que su mundo seguía ahí, que el pasado seguía, una mañana más, confinado para siempre en la noche de los tiempos.

            Etam, su gatillo persa, realizó el mismo ritual antes de lanzarse a la carrera hacia la cocina. Procurando no gastar más agua del necesario, Am se lavó la cara y se observó a sí misma, una mañana más, sola frente al espejo, como si del retrato de una muerta se tratase. Apagó la lamparita del tocador, pero la blanca luz de la mañana, tamizada por el verdor de las plantas del ventanuco, seguía iluminándola sin piedad. Allí estaba ella, la única culpable de su propia miseria. Ella y nadie más.

            Encaminó sus pasos hacia la cocina y escondió por el camino varias fotografías que estaban donde no deben estar esas fotografías. Café, tostada requemada, yogur de marca blanca. La misma rutina que seguía desde que se fue de casa de sus padres. Un día más en una vida vacía como el tarro del cacao.

            Etam maulló lastimero ante la perspectiva de un plato de comida vacío, pero sus lamentos cayeron en el saco roto de una ama sumida en sus propios pensamientos, unos pensamientos tan negros como el café solo y sin azúcar que removía perezosamente con su cucharilla de porcelana.

            Por los posos de su mente desfilaron aquellas vacaciones en Oahu con sus compañeros de comuna, esas lejanas noches cenando remotas e insípidas comidas veganas, aquel llegar del trabajo reventada y encontrarse con un beso de su chico, que la esperaba escondida en el armario, aquellas rastas pelirrojas, aquellas mañanas y tardes y noches de sexo loco, loco, loco… todo lo que había vivido al lado de ese hombre al que había dejado plantado hacía tres cuartos de hora. Casi se podía decir que lo echaba…

            Sacudió violentamente la cabeza espantando sus pensamientos y recogió los restos del desayuno. Dio de comer a Etam y procedió a ducharse y a ponerse ropa de calle, porque no podía soportar la idea de toda una mañana con el pijama puesto. Se tomó su tiempo para arreglarse y se puso encima lo más bonito que pudo encontrar, porque puede que no tuviese novio, pero no pensaba dejar que eso la impidiese ponerse lo más guapa posible, aunque sólo fuese para sí misma.

            La mañana iluminaba las transitadas calles de Nueva York con su luz blanca y pura. Las hojas de los árboles anticipaban la llegada de un otoño frío al que el tórrido verano todavía ofrecía resistencia. Las faldas largas con volantes y las melenas desgarbadas monopolizaban el paisaje callejero del barrio hippie del Lower East Side.

            Al salir, trató en la medida de lo posible no pensar en Mark, su pelirrojo y guapetón Mark. He hecho lo mejor para los dos, pensó para sí. Vernos después de aquello sólo nos habría traído problemas. No había manera de decirnos adiós, no después de aquello. Los actos hablaron por sí mismos.

            Falta fruta, pensó Am tratando de centrarse en otra cosa. Dirigió sus pasos hacia uno de los puestos regentados por asiáticos que se dispersaban por todo el barrio y tanto solían gustarla.

            − Buenos y prósperos días –vocalizó, en un inglés rebosante de acento, la mujer bajita y de ojos rasgados detrás del expositor de madera- ¿Quería algo?
− Ey, buenas –respondió Am mientras escrutaba los vegetales disponibles- Ponme… no sé, un par de kilos de ciruelas.
− ¿Un par de kilos? ¿Para usted sola?
            − Sí, yo…
− Un momento, ¿Amanda? ¿Am? ¡Hacía mucho que no te veía por aquí, querida!
− Ah, sí… hola, Lifen ¿qué tal va todo?
− ¡Estupendo! Pero, ¿qué importará cómo me vaya a mí? ¡Lo importante es cómo te va a ti la vida! ¿Sigues felizmente prometida con ese muchacho pelirrojo, Paul?
− No, Mark y yo…
− ¡Pero bueno! –voceó un hombre moreno, grande como un armario, desde la furgoneta de reparto- ¡Si es Am! ¡Cuánto tiempo, muchacha! ¿Qué va a ser?
− Eduardo, no molestes a la chica. Ponla, en una bolsa de tela, dos kilos de ciruelas y unas cuantas manzanas fuji, y que sean grandes, por cuenta de la casa. Estoy segura de que a Paul le encantará esta variedad. Con qué gusto devora las manzanas, ese muchacho….
− Ahora mismo –voceó de nuevo a la vez que buscaba entre la fruta de la furgoneta- ¡Dale recuerdos a Mark de mi parte!
− Eduardo, deja de parlotear y dime, ¿llegó ya el chiquillo de las naranjas?
− Qué va, Lifen, creo que… eh, ¿dónde ha ido Am?

La mujer asiática oteó ambos sentidos del horizonte como si por su propia condición de mujer pudiera comprender lo que acontecía a Am, que corría entre la multitud varios metros más allá.

− Esto no es buen augurio…

Manzanas, verdes verdes verdes manzanas. Tarta de manzana, compota de manzana, flan de canela con manzana. Un par de miles de años luz más allá, arrodillada en un callejón, Amanda Miriam de Guadalupe, treinta y pocos, soltera, hermosa de cara y cuerpo y con esa belleza tatuada que tiene denegada la entrada en revistas y películas, rememoraba contra su voluntad todos los platos veganos que Mark, su pelirrojo y guapetón Mark, la preparaba para cenar después de un larguísimo día de trabajo controlando que niñatos y rastafaris pagasen su billete del metro. Esas cenas que con tanto esfuerzo trataban de disimular la falta de proteínas carnívoras en su receta y que Am, la hambrienta Am, se veía obligada a completar con algo de pizza grasienta. Esas cenas que siempre terminaban con el mejor de los postres… manzanas… siempre algo con manzanas…

− Mark… joder, Mark… -trató de contener sus palabras, con la boca pastosa, hasta que no pudo más- …ojalá estuvieras aquí. Lo siento… lo siento tanto…

Y tanto. Mark, su Mark, estaba ahora tres mil metros sobre el nivel del mar y otros tanto miles lejos de ella, buscando un mundo mejor en algún lugar de la India. Ni siquiera le había concedido una despedida digna, ¿qué clase de mujer haría eso a un hombre al que había querido tanto?

Menuda mierda de día. Necesitaba trabajar, sentarse en su garita, su hábitat natural, y charlar con viejos solitarios y jóvenes antisistema, juguetear con sus pelotas antiestrés, limpiar su pistola y todas esas cosas que la distraían en su refugio subterráneo…

Pistola.

Am sacudió la cabeza y recordó. No recordaba haber llevado la pistola consigo. A todas luces, se había dejado la pistola en el trabajo.

− ¡Joder, joder! Pam me matará como se entere.

Más la valía recuperarla. Dejarse la pistola en la garita suponía, además de un peligro para la seguridad pública, una buena razón para despedir a un guardia de seguridad del metro de Nueva York.

Am corrió avenida abajo hacia la estación de Brooklyn Junction como si de un diablo con morenos pechos se tratase. Por el camino se cruzó con Lifen, la mujer asiática del puesto de frutas, que murmuró para sí “buena suerte, Am”. Atravesó cuatro pasos cebra de manera suicida y atropelló por el camino a una señora de bien que paseaba por su calle y que murmuró, con la mano en el pecho y cara de indignación, un sonido inaudible que Am no quiso pararse a interpretar.

Recorrió, como otro de tantos días a lo largo de su vida, las doscallesalaizquierdayluegosiguestodorecto que la separaban de su puesto de trabajo. Esperó a un interminable semáforo y al fin llegó a la estación de Brooklyn Junction, donde la esperaba su querida garita y, con suerte, su inculpatoria pistola reglamentaria.

Bajó las escaleras y encontró el mismo bullicio de siempre: jóvenes aislados por un par de piezas de plástico en sus orejas, chicas superarregladísimas, chilenos tocando el acordeón. Su mundo.

Controlando el tránsito estaba un muchacho rubio y barbilampiño al que el uniforme le sentaba particularmente bien. No le había visto nunca, pero Am no podía evitar una buena sensación, un buen feeling.

− Hola, esto… –Am estaba algo cortada delante del nuevo, y no sabía muy bien porqué- Soy Amanda, la segurata habitual de por aquí. Verás, ayer olvidé algo en la garita y lo necesito, así que, si no te importa…
− Oye, soy nuevo aquí y no puedo dejar entrar a nadie a una garita que no es mía. ¿No puede esperar a mañana?
− No, la verdad es que no. Mira, tengo aquí mi identificación –dijo Am a la vez que sacaba su tarjeta azul y dorada de su bolso- ¿Me dejas pasar, por favor?
− No puedo. Mis jefes me matarían.
− Tus jefes son buenos amigos míos, y esa garita es mía. Tengo que entrar ahí y lo siento, pero tú no puedes hacer nada para impedírmelo –dijo Am, cada vez más firme frente al rubio saco de músculos-
− Pero… bueno, si te pones así –dijo él, siguiéndola de cerca- Tienes la llave, supongo…

Click

Am echó un vistazo a su alrededor, cada vez más acalorada al no dar con su arma. “El novato puede haberla visto”, pensó, “y haberse chivado”. Entró, como última esperanza, en la minúscula habitación anexa en la que los seguratas a tiempo completo guardaban sus trastos. Tras ella seguía el novato rubio.

− Oye –le dijo ella- ¿Te importa? Ésta es mi zona personal.
− No, claro que no.

Un súbito golpe de culata después, Amanda Miriam de Guadalupe, treinta y pocos, soltera, hermosa de cara y cuerpo y con esa belleza tatuada que tiene denegada la entrada en revistas y películas, cayó aplomo sobre el diminuto suelo de su habitáculo. Resistió lo suficiente como para tratar de devolver el golpe con el extintor, pero la inercia del impulso la dejó a merced del muchacho rubito que tanto la recordaba a Mark. El novato golpeó su morena cabeza como si de una nuez se tratase y la dejó allí, tendida en lo que solía ser su rincón más íntimo, con la cabeza sangrando y la mente desvaída.

− Haznos un favor y muérete rápido, zorra.
            − Bzzzzzzzt… ¿Algún problema, John?
            − Qué va. Todo va según lo previsto.
            − Bien. Estamos entrando. Todo estará listo para la noche.
            − Que así sea. Larga vida a América.
            − Larga vida a América.

Tres hombres con aparentemente nada en común más que un par de llamativos tatuajes medio ocultos pasaron por la entrada en dirección al metro. Uno de traje, el otro de calle y el último de fiesta, todos ellos cargados con mochilas y bolsas de deportes, pasaron separados entre sí a través de la multitud neoyorkina.

El plan estaba yendo como la seda.


EPÍLOGO

…tiene un mensaje nuevo…

…recibido hoy a las 05:32

…Hola, Am… verás, espero no haberte despertado y todo eso, porque bueno, yo ya estoy despierto y tal… ya sabes como son los aeropuertos, hay que llegar allí quince días antes para que te toqueteen o te dejan en tierra sin miramientos… sólo quería decirte que, en fin, espero que vengas. Sé que todo esto ha sido duro para ti, y lo entiendo, pero bueno... es como si todavía pudiera arreglar lo nuestro con un croissant como hacía siempre que nos enfadábamos. Mierda, no tenía que haber dicho esto. La he cagado, ¿verdad? Incluso hablándole a tu contestador puedo sentir esa mirada tuya que me pone los pelos de punta, y no sólo los pelos. Oh… mierda. Otra vez la he cagado. Lo siento, ¿eh? Es muy pronto y no he dormido una mierda.. En fin… te dejo ya, antes de que vengas a matarme por hablar demasiado. Mira… no te pediré que vuelvas conmigo, lo juro. Pero al menos concédeme el llevarme un buen recuerdo conmigo. Una despedida, eso es todo lo que te pido. Buenas noches, Am.

…pulse 1 para repetir…

Beep
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