Los sucesos descritos a continuación ocurren inmediatamente después de Black Hopes VI y tienen lugar en estricto orden cronológico.
Jack, 23:04
Jack se levantó del brillante
suelo del baño en el que una hora antes se había desplomado después de una
desencadenada sucesión de vomitonas. La boca le sabía a mierda criada en
barrica de roble, de sus ojos colgaban unas brutales legañas y su nariz era un
manantial rebosante de vómito y mucosidades. Por todo ello, el diplomático
conocido como Jack a esta orilla del Atlántico, con pulso firme y los ojos muy
abiertos, procedió a lavarse las manos, la cara, los dientes y la boca: se
enjuagó varias veces antes de introducir en ella uno de sus carísimos caramelos
de menta, chupándolo cuidadosamente y nunca mordiéndolo. Se cerró la camisa con
aire altivo, botón a botón, y se ajustó la corbata justo tal y como indicaba su
grueso manual del protocolo. Por último, rebuscó en sus bolsillos y sacó su
exclusivo smartphone, a través del cual adquirió un billete para el primer
vuelo que saliese de Bruselas a Nueva York.
Y es que
era hora de tomar las riendas. Esa noche había fallado a uno de sus hombres, pero
no estaba dispuesto a dejarse llevar por el terror, ni un segundo más. El día
de autos estaba cada vez más cerca, y en Nueva York podría organizar y
coordinar a los Black Hopes. O al menos…
− …burp… - dijeron las entrañas de Jack, a la vez que él
amansaba a la arcada con una mano en su tripa-
Al menos a
los Black Hopes que le quedaban.
…y a continuación, BBC Classical Radio les
ofrecerá una magnífica pieza en do menor del maestro…
Jack
procuró seguir dormido al son de la música de primera que seleccionaban en su
estación de primera que recibía en su Ipad de primera recostado en su asiento
de primera. Estaba siendo una noche eterna, tan interminable como ese horizonte
trufado de nubes frente al que Jack, con la frente apoyada en su ventanilla, meditaba
con la mirada perdida entre las estrellas.
Las
estrellas… parecían tan lejanas, tan remotas, tan hermosas… En una noche sin
luna como esa parecía que sólo alzando la mano uno pudiese robar unos cuantos
ópalos de aquel inmenso guardajoyas. El cielo, tan oscuro, tan vacío y tan
rebosante al mismo tiempo, repleto de sueños y vidas que descubrir y a la vez
tan vacío de realidad… sin duda, parecía un buen lugar al que acudir después de
muerto. Subir, subir, subir hasta que la nada te llena y el vacío te inunda…
Que se lo
digan a Malone, ¿eh?
Ese
pensamiento fugaz fue suficiente para desatar una salamandra cargada de
dinamita que lo atravesó de abajo arriba; como el diablo vestido de Armani,
Jack se levantó de su asiento de cuero color tabaco y se lanzó hacia el
purgatorio más cercano: allí sacó de sí lo poco que le quedaba en una desatada
sucesión de vómito y culpa que bañó hasta la última esquina del diminuto
servicio de caballeros. Un último pensamiento cruzó su mente hasta que su misma
debilidad lo empujase contra el suelo de azulejos turquesa: todo esto había
sido culpa suya. Un par de horas más de investigación, un día más para preparar
el operativo, una vida de autocontrol y quizás podría haberse puesto al mando
de una manera más digna. Pero ahora Malone estaba muerto. Y él jamás podría
volver a vivir en paz.
Sujeto no identificado, 02:55
Leonor: Oye, ¿dónde andas?
-mensaje recibido a las
02:56-
Leonor: Mira, me estoy comiendo la cabeza… ¿te has quedado
hasta tarde en el curro? Podías haberme avisado :(
Leonor: Ya sé que no te gusta que te agobie, pero estaría
bien que al menos tuvieses estos detalles conmigo. Se supone que me quieres,
¿no?
Yo: te kiero cariño. llegaré tarde. no te preocupes por mí,
ok? duerme bien
Leonor: Sin ti no puedo. Ya lo sabes.
Yo: yo tengo kurro. deja el móvil y vete a dormir. como voy
a terminar si no dejas de darme el coñazo?
Leonor: …
Leonor: Hay una cosa que quiero hablar contigo desde hace
tiempo… es como si el Ejército te hubiese convertido en un desconocido.
Leonor: Te echo de menos, Murrow. Al menos al Murrow que yo
conocía.
-Murrow se ha desconectado-
Yo: oye, cuando nos bajamos?
Kurt: mantén la calma y espera.
-mensaje recibido a las 03:10-
Yo: avísame cuando llegue el momento, ok?
Kurt: tranquilo. Mantén la calma y espera.
-mensaje recibido a las 03:29-
Yo: el guardia me esta mirando. el guardia me esta mirando,
joder. tengo que bajarme ya.
Kurt: no hasta que alcancemos el centro.
-mensaje recibido a las 03:46-
Kurt: el momento ha llegado.
Yo: en k parada nos bajamos?
Kurt: no nos bajamos.
Yo: k?
Kurt: Larga vida a América, hermano.
El hombre
del pelo rapado y la cara llena de cicatrices miró por un instante a su alrededor:
mujeres y hombres de todo tipo y pelaje se encontraban a lo largo del
larguísimo tren de metro. Y él, ex-Marine de los Estados Unidos, orgulloso
servidor del país y de sus valores más puros, estaba ahí. Con ellos. Miró por
un último instante a su bolsa de deporte antes de volver la cabeza, fuera de
sí, y pronunciar sus últimas palabras.
− Joder… ¡Hostia puta!
Phoenix, 03:57
…se nos va…
…vendadla y déjenla a nuestro cargo…
…hay que sacar esa bala, se está
muriendo…
…orden del presidente, nos la llevamos…
…mierda…se desangrará por el camino…
Jack, 04:08
− Señor, ¿necesita una bolsita?
Jacques,
Jack, nuestro Jack, despertó de su desmayo incrédulo ante lo que estaba oyendo.
A su alrededor, todo era vómito y repugnancia, y él, la decadencia vestida de
traje, hacía perfecto juego con su entorno. Echó un vistazo, tranquilamente,
tomándose todo el tiempo del mundo, antes de dirigirse a la azafata con una
mezcla entre sarcasmo y condescendencia:
− ¿Qué le hace pensar que necesito una bolsita?
− Pues... tiene algo de vómito en la barbilla.
− ¿De verdad? ¿De verdad tengo algo de vómito en la
barbilla?
− Sí, y no creo que quiera presentarse así en Washington.
Jack estaba
a punto de quemar el último centímetro de mecha que se situaba entre él y la
azafata volando hacia el Océano Atlántico, cuando la poca lucidez que le
quedaba en ese momento le llevó a preguntar:
− ¿Washington? ¿Cómo que Washington? No sé quién es usted,
pero yo cogí un vuelo hacia Nueva York.
− Ha habido ciertos… incidentes en NY. Nos han ordenado
aterrizar en Washington.
− ¿Cómo que incidentes?
− Mírelo usted mismo, señor.
La azafata
lo cogió de la mano y lo llevó hacia primera clase, donde decenas de personas
sin aspecto de primera clase se arremolinaban en torno a uno de los enormes
televisores del espacio. Las imágenes llegaron a los ojos de Jack al ritmo que
goteaba su incredulidad, su tremenda incredulidad al ver desfilar, delante de
sus ojos, la ciudad en la que pasó los mejores años de su vida siendo
literalmente tragada por la tierra. Y allí, sin poder hacer nada, de nuevo sin
poder hacer nada, Jack deseó por un momento poder arrojar a la azafata por la
ventanilla más próxima sólo para sentirse mejor.
− Todavía nos quedaba un día… ¡todavía nos quedaba un día!
¡Joder, joder!
Phoenix, 04:36
− ¿Quién planeó todo esto?
− Vamos, despierta.
…
− ¡Despierta, joder!
…
− Mierda, no tenemos tiempo para esto.
− ¡Despierta!
− ¿Está muerta?
− Se lo está haciendo.
− Así no vamos a ninguna parte.
− Trae un cubo con agua. Vamos a terminar con el teatro.
− ¿Qué? Macho, que ya no estamos en Irak. Cálmate y
hagámoslo bien, ¿vale? Tú, ¡eh! sabemos que estás viva. No lo pongas más
difícil.
…
− Esta puta terrorista no se va a rendir así de fácil,
Gordon.
− Y entonces, ¿qué? ¿Te traigo la bañera para que la asfixies,
sin pruebas y sin juicio?
− ¡Mierda, hostia puta! ¿En qué mundo vives? ¡La puta Nueva
York ha sido atacada, arrasada por estos hijos de puta islamistas! ¡Despierta!
¡Ya no estamos en una democracia! ¡Estamos en guerra, joder!
− Vamos, hombre, sabes mejor que nadie que eso no te da
carta blanca. Cálmate, ¿vale?
− Uff…
− ¿Un café?
− No tengo tiempo para esto.
− ¿Qué dices?
Bastó un
rápido desenfunde y un clic en el gatillo para que los sesos de aquel hombre
vestido de traje volasen por los aires como una enorme mariposa sangrienta salpicando
los rizos de Phoenix, que contuvo la respiración aún consciente de que su
engaño no duraría mucho más.
− Buff… -resopló el exsoldado con la cabeza apoyada en la
pared- Y tú… me lo vas a contar todo, ¿a que sí?
Phoenix no
pudo sino asentir, conteniendo las lágrimas hasta hacerse sangre.
Jack, 05:43
El
aeropuerto Ronald Reagan de Washington DC solía ser un lugar agitado, pero durante
el amanecer del domingo 4 de noviembre de 2012 llamarle algo así era poco menos
que una ofensa personal. Allí habían
sido destinados todos los vuelos que iban hacia la costa Este: en su enorme
interior, gente y gente y más gente desayunaba en las cafeterías, hacía cola en
los baños, trataba de dormir miserablemente recostados en alguno de los bancos
de madera. Jack no recordaba haber visto jamás tal acumulación de personas en
un espacio tan gigantesco, llenándolo a rebosar hasta el último centímetro de
todas sus esquinas. Aquello se le parecía a un campo de concentración último
modelo.
Jacques,
nuestro Jack, se lo pensó dos veces antes de poner un pie sobre su enmoquetada
escalerilla. La lógica más aplastante le llevó a pensar que estaría mucho más cómodo
dentro del avión que fuera, pero los hombres de traje que dirigían a la
muchedumbre no parecían estar por la labor. Así que Jack bajó, con su sombrero
de Michael Jackson, sus gafas de sol años 70 y su gabardina en ristre, los
veintipico escalones que le separaban a él del resto de los mortales.
Estaba
cansado, pero no pensaba ni por un momento rendirse. Había asuntos que
resolver, conspiraciones que frustrar: él y los Black Hopes iban a evitar el
asesinato de Obama, pasase lo que pasase. Este 4 de noviembre sólo había sido
un adelanto, aunque por el momento nadie pareciera darse cuenta.
Jack se
quitó las gafas de sol y procedió a ponerse a la cola para tomar un triste café
de máquina. Veinte largos minutos que se le hicieron eternos entre una muchedumbre
confusa y hundida que suponía una buena metáfora de lo que el odio estaba
haciendo al país aquella noche. A través de la enorme cristalera del techo,
Jack observó como decenas de aviones volaban en círculos, apenas distinguibles
por las luces rojas que remataban su alas, ansiosos por aterrizar en cualquier
parte de la pista y tan desesperados como los pasajeros que acarreaban consigo.
Iluminados
por los focos, hombres y mujeres y algunos niños atravesaban la pista de
aterrizaje escoltados por hombres de traje. Ganado potencialmente terrorista
obligado a permanecer entre las vallas del aeropuerto. Citas, entrevistas de
trabajo, reuniones, vidas interrumpidas porque a unos cuantos patriotas se les
ocurrió que cuatro bombas en el metro llevarían al país por el buen camino.
Hipócritas, imbéciles, desgraciados.
En estos
sombríos pensamientos andaba sumido Jack antes de pulsar el botón amarillo y
dos veces el verde para obtener su ansiado café solo con una de azúcar. No
pensaba centrar sus esfuerzos en otra cosa que no fuese el demostrar al mundo
quién había sido el responsable de los actos del 4 de noviembre y cuáles eran
sus verdaderas intenciones; por todo ello, encaminó sus pasos hacia el
televisor absurdamente grande, patrocinado por una aerolínea, que concentraba
la atención de todos los pasajeros encerrados en el edificio.
…dicen que se trata de una venganza, pues bien, islamistas del demonio,
nosotros diremos la última palabra, vais a arder en el infierno hijos de…
…dios mío… ¿quién puede ser capaz de algo así? ¿Por qué? ¿Por qué?
–balbuceaba una mujer negra, entre llantos, mientras Jack removía el café con
la cucharilla de plástico- ¿Por qué no
nos traen más que desgracias, maldita sea?
− Lo están
consiguiendo -maldijo para sí mismo- Estos hijos de la gran puta lo están
consiguiendo…
…el único sospechoso que se baraja es una mujer no identificada de la
que no se ha proporcionado más datos…
Jack elevó
la mirada desde su café hacia la pantalla. Las imágenes de una mujer con la
cabeza volcada sobre el volante de un enorme todoterreno fueron llegando a su
embotado cerebro, y no tardó más de un segundo en reconocer la pintura hortera
de ese inconfundible coche.
− No… no puede ser…
…al parecer, la mujer llevaba
consigo varios kilogramos de explosivos, mapas y toda clase de artilugios, con
lo que ha sido señalada con toda probabilidad como autora o cómplice de…
− ¿Phoenix?
…también se cree que esta mujer
está relacionada de alguna manera con Jacques Riviera, un veterano diplomático
de las Naciones Unidas caracterizado por su ferviente pasión por el Islam y…
Apenas
terminó de procesar la información, Jack se deshizo de su café, alzó los
cuellos de su gabardina y abandonó bruscamente su posición frente al televisor.
Mierda,
mierda… ¿ferviente pasión por el Islam? ¿Quién coño les dijo eso? Jack se
sintió incómodo por momentos a medida que atravesaba con su descarado camuflaje
el recinto principal del aeropuerto Ronald Reagan. Tuvo, por un milisegundo, el
impulso de salir de allí usando su condición de diplomático, pero le bastó oír
su nombre mentado de nuevo por el televisor para caer en la estupidez de su
plan.
Las cabezas
se giraban y las bocas murmuraban: el televisor seguía voceando sospechas
mientras Jacques, nuestro Jack, atravesaba la muchedumbre en dirección a
ninguna parte. Su cara cada vez estaba más pálida y su estómago más
descompuesto, pero se obligó a sí mismo a controlarse y, con un rápido
movimiento, sacó su teléfono del bolsillo. Pensó por un segundo en llamar a
Phoenix antes de marcar el teléfono del único miembro de los Black Hopes del
que sabía a ciencia cierta que seguía en activo.
− Cógelo, por lo que más quieras…
...beep...beep...
Keke, 06:13
La
irritante melodía del teléfono de la mansión Keke sonó varias veces hasta que
el señor de la casa, sobado en su enorme cama de gelatina, levantó la cabeza de
su almohada de mujeres.
− ...por favor… deje su mensaje... -escupió con voz
estropajosa antes de caer de nuevo rendido-
Jack, 06:13
...el teléfono marcado no se encuentra disponible...
− Mierda, ¡Keke, joder!
Sus
pensamientos se aceleraron al ritmo de sus pasos; zancadas cada vez más largas
se sucedían mientras el diplomático trataba de dar con una última esperanza.
Porque la tenía, aunque la hubiese dado por muerta. Era el momento de llamar a
Malone, ese hombre al que no había tenido valor de llamar, ni siquiera para
confirmar su muerte. Jack procedió a marcar de memoria un número de teléfono
confundiéndose varias veces por el camino. No había pulsado el icono del
teléfono verde cuando una voz gritó varios metros detrás suyo:
− ¡Usted! ¡No se mueva! ¡Alto, he dicho!
Jack,
echando por tierra esa calma tan particular de los hombres de ley, se lanzó a
la carrera hacia ninguna parte a través del enorme recinto rebosante de gente,
gente que apartaba a empujones y codazos como si fuese época de rebajas. Tras
de sí, un grupo creciente de agentes del FBI, policía de uniforme y soldados de
la Guardia Nacional se le acercaba más y más, y a cada segundo que pasaba quedaban
más cerca de sus talones.
… beep...beep...
− Vamos, Malone, viejo amigo...
Uno de los
soldados a los que acababa de adelantar se lanzó sobre él como un tigre sobre
su gacela; Jack pudo sentir el duro aterrizaje a través de su melenita, y
haciendo acopio de fuerzas se deshizo de su carga para ganar el tiempo que
necesitaba.
...el teléfono marcado no se encuentra disponible en estos momentos...
deje su mensaje...
− ¡Mierda! ¡Malone, si sigues vivo, van a por vosotros!
–voceó al contestador- ¡Sois los sospechosos!
Echó la
vista atrás por un momento: más de veinte hombres, todos ellos armados y de
tamaño armario, corrían como demonios de uniforme detrás de Jack. Decidió
ignorar la realidad por un par más de segundos y marcar de nuevo el teléfono de
Keke.
− ¡Van por vosotros, Keke! –buffff- ¡Hoy… hoy es el día,
tenéis que reuni...!
El mismo
hombre que trató de cazarlo instantes antes agarró el teléfono que llevaba
pegado a la oreja y trató de hacer lo mismo con su brazo, a lo Jack respondió
con un sprint final, antes de darse la vuelta y mirar a la cara a sus
perseguidores, que lo apuntaban con decenas de rifles de asalto y pistolas.
− ¡De acuerdo! -voceó, con las mano en alto- ¡de acuerdo! Me
rindo, ¿vale?
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